Deshumanización: un espejo de nuestra forma de relacionarnos

Por: Álvaro Leyton-Hernández- Académico Universidad Central sede Región de Coquimbo.
Alejados del debate acerca del rol de las inteligencias artificiales, el fenómeno de la deshumanización se instaló hace bastantes años, y nos ha permitido analizar diversas situaciones tanto históricas como en fenómenos sociales. La deshumanización, entendida como la privación de las cualidades que distinguen a las personas como seres humanos, se expresa cuando dejamos de reconocer en el otro la capacidad de sentir emociones complejas, compartir creencias o actuar bajo normas sociales y morales. Este fenómeno no ocurre en abstracto: se enmarca en una dinámica de endogrupos y exogrupos, donde quienes están dentro de nuestro círculo de pertenencia son percibidos como plenamente humanos, mientras que los otros —los que no comparten nuestra identidad, nuestros valores o incluso nuestros colores— pueden ser reducidos a objetos o seres incapaces de merecer respeto.
Diversos autores plantean que la deshumanización tiene efectos concretos en la vida social y en el modo en que ejercemos poder sobre otros. No solo legitima prácticas de exclusión y violencia, sino que también debilita la empatía, erosionando la base misma de la convivencia. Se trata de un proceso que naturaliza el sufrimiento ajeno y permite que la indiferencia se vuelva una respuesta aceptada.
Los ejemplos recientes en nuestro país son elocuentes. El escándalo en Avellaneda entre Independiente y Universidad de Chile mostró cómo la violencia y la humillación entre hinchadas trascienden el fútbol, instalando la lógica de “nosotros contra ellos” como una justificación para degradar al otro. Más doloroso aún fue lo ocurrido en el Superclásico, cuando un hincha de Colo Colo falleció tras caer desde el techo del estadio Monumental y el partido continuó como si nada hubiera pasado. El mensaje implícito fue brutal: la vida de un espectador no tiene el mismo valor que la de un jugador. Esa diferencia en el trato no es casualidad, sino el reflejo de un sesgo deshumanizante que clasifica jerárquicamente el sufrimiento.
La situación en el Hospital de Osorno, donde un trabajador con condición del espectro autista fue vejado y torturado por sus propios compañeros, lleva esta reflexión al límite. Aquí la deshumanización no fue producto de la efervescencia de una hinchada, sino de un espacio que debería ser seguro: el sistema de salud. Este hecho, de un nivel de crueldad intolerable, nos confronta con la contradicción de un entorno dedicado al cuidado que, sin embargo, puede reproducir lógicas de exclusión y violencia hacia quienes son percibidos como distintos o vulnerables.
La atención sanitaria, al estar marcada históricamente por un modelo racional y cientificista, también corre el riesgo de deshumanizar cuando reduce a las personas a diagnósticos, camas o números de ficha. Los pacientes, sus familias e incluso los mismos trabajadores pueden ser víctimas de un trato que pierde de vista su dignidad y subjetividad. El problema no es solo técnico, sino profundamente cultural.
Todos estos casos son un llamado de atención. La deshumanización no es un fenómeno marginal, sino una forma de relacionarnos que hemos normalizado en distintos espacios sociales. Reconocerlo es el primer paso para detener su avance. No podemos seguir aceptando que la vida de unos valga más que la de otros, ni que el dolor ajeno se vuelva invisible. La tarea pendiente es recuperar la sensibilidad, reinstalar la compasión y recordar que, en lo esencial, somos todos parte de la misma humanidad.